In: El Imparcial (Madrid), 06-12-2010
Alejandro Muñoz-Alonso
Catedrático de Opinión Pública de la Universidad Complutense y de la Universidad San Pablo CEU.
Cuando las cosas se hacen mal desde el principio es demasiado pretencioso esperar que se arreglen por sí solas con el transcurso del tiempo. Lo más probable es que cada vez se emponzoñen más ya que, como muestra la historia, las políticas de paños calientes han acabado no pocas veces a pedradas. Y eso es lo que está sucediendo con la cuestión del Sáhara Occidental, mal planteada desde hace treinta y cinco años tanto por la acobardada diplomacia española como por la aprovechada diplomacia marroquí.
También se equivocó en aquellos tiempos el Frente Polisario que ni supo ver que España podría ser a la larga su aliado natural, ni comprendió que aquella España en pleno cambio hacia la inevitable democracia era la mejor garantía de su libertad e independencia frente a las pretensiones del acechante y autoritario vecino marroquí.
Marruecos supo aprovecharse, en el contexto de la Guerra Fría, del evidente interés geopolítico norteamericano por impedir que aquella Argelia prosoviética de entonces se asomase al Atlántico. Y con aquella poderosa ayuda, y la de su sempiterno aliado francés, se la jugó a la España de la dictadura terminal, agónica política y biológicamente, que se puso el Derecho internacional por montera y entregó vergonzosamente a un puñado de ciudadanos españoles, pues eso decía su documentación, junto con su territorio ancestral.
Ante aquella rendición en toda la regla —presuntamente amparada en unos bochornosos acuerdos que hoy nadie duda que fueron y son nulos de pleno derecho- Marruecos se creció, a pesar de que, tanto Naciones Unidas —su Asamblea General y su Consejo de Seguridad- como el Tribunal Internacional de La Haya, han dejado claro y diáfano que el Reino alauí carece de cualquier título válido sobre aquel territorio.
Que a pesar de esas evidencias jurídicas Marruecos denomine a su ocupación del Sáhara Occidental y a sus aspiraciones de que se le reconozca una imposible soberanía sobre el mismo "la causa sagrada nacional" y que se atreva a hablar de "integridad territorial" para referirse a unas tierras que nunca fueron suyas, es el colmo de la arrogancia y del desparpajo.
Desde entonces ambos vecinos se han conllevado sin demasiados entusiasmos, lo que no ha impedido que se hayan trabado entre ellos importantes vínculos económicos y de todo tipo que benefician a las dos partes.
No sólo a España como a veces parecen pensar y decir los marroquíes. Aunque sea una frase muy gastada, se podría decir que España y Marruecos "están condenados a entenderse", pero sobre la base del respeto mutuo y de la seriedad que, desgraciadamente, han faltado a menudo en nuestro vecino del sur. Marruecos, con su política sobre el Sáhara se ha metido en un callejón de difícil salida porque el tiempo no corre a su favor sino todo lo contrario. Cada vez es más evidente la inconsistencia de sus pretensiones y las limitaciones de su política de bravatas y amenazas. Cada vez va a ser más difícil impedir que los saharauis decidan libremente su futuro, a través de un ordenado proceso de autodeterminación, sencillamente porque la razón y el Derecho internacional están de su lado.
Cerrarles esa vía tendría los caracteres de un gran escándalo internacional que -en este mundo globalizado y cada vez más policéntrico- es muy poco probable que las grandes potencias que amparan a Marruecos se atrevan a arrostrar. Y prolongar la podrida situación actual tiene muchas más dificultades de las que parecen percibir en Rabat.
Por la parte española —que tiene más responsabilidades que las meramente históricas y morales, como saben muy bien en Naciones Unidas- si la diplomacia del último franquismo fue un prodigio de torpeza e impericia, la diplomacia del zapaterismo bate, en esa línea, todos los records, que ya es decir. Algo que no puede extrañar, puesto que toda su política exterior es un abigarrado mosaico de despropósitos y desaciertos.
Aquella lejana diplomacia y esta de ahora tienen un punto en común: la debilidad y una apuesta por el apaciguamiento. Unas actitudes que ya se sabe cómo terminan. Los astutos marroquíes son torpes en su estrategia pero muy hábiles en la táctica: manejan con soltura el juego de la tensión y tienen una buena nariz para olfatear la sangre del enemigo débil. A Zapatero y a Moratinos les tomaron la medida antes incluso de que llegaran al poder y les han manejado como a marionetas, tirando de los hilos correspondientes en el momento adecuado. Y siempre con los resultados apetecidos.
La actual diplomacia española, dirigida por estos paladines del buenismo, practica con empeñada dedicación la política de la "rendición preventiva": hay que ponerse de rodillas ante el menor desplante … por si acaso. Uno se queda bastante impresionado cuando lee que Bernardino León, que algunos periodistas se han dedicado a presentar más o menos como "el genio de La Moncloa", afirme, en declaraciones a una agencia que el conflicto del islote de Perejil permitió sacar conclusiones sobre por dónde no deben ir los tiros, en las relaciones con Marruecos. Y parece se que añadió: "Nunca (lo de los tiros) mejor dicho". Genial.
Aparte de que en Perejil no se disparó ni un solo tiro, ya sabemos —por si había alguna duda- que con el Gobierno de Zapatero los marroquíes no se habrían marchado de Perejil. ¡Qué generosos son! El señor León debería saber que precisamente desde finales de 2002 (el incidente de Perejil fue en julio de aquel año) las relaciones hispano-marroquíes pasaron por una de sus mejores etapas. Los contactos se multiplicaron y los resultados fueron muy positivos, A ellos me he referido con algún detalle en otro sitio.
Con motivo de la visita de la ministra de Exteriores, Ana Palacio, a Marruecos su colega, Benaissa afirmó: "Hemos plantado un árbol y ahora hay que regarlo con mimo". Y el primer ministro, Dris Jettu comentó cómo se había avanzado en la relaciones con Aznar, el "malo" de Perejil. Y es que no hay mejor manera de que te respeten que hacerse respetar sin consentir amenazas ni caer en complacencias o debilidades.
Ciertamente, la humillación de Perejil no fue olvidada fácilmente por los marroquíes, pero aprendieron que hay ciertas cosas que no se pueden hacer con un gobierno serio, que se respete a sí mismo y que no transija con la dignidad de España. Pero esta en una lección que Zapatero y su gente no aprenderán nunca.
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