Não bastam os lobbies
e o ‘marketing’; a ação marroquina
precisava ter ganho a população.
Há seis anos, poucos dias depois da Frente Polisario e Marrocos
terem apresentado nas Nações Unidas os seus dois projetos para solucionar o grande
problema que os enfrentava e continua a enfrentar, escrevia nestas mesmas páginas
que “os dois projetos pretendem organizar momentos diferentes do processo de
autodeterminação. Enquanto o projeto da Frente Polisario marca as pautas do pós-referendo,
oferece garantias para a fase posterior à independência, pressupondo que esta
triunfe na consulta, o projeto apresentado por Marrocos quer evitar
precisamente essa independência, oferecendo garantias e amplos espaços de
participação através de uma ampla autonomia alternativa à independência. Enquanto
a Polisario quer negociar depois, Marrocos pretende fazê-lo antes”.
Seis anos depois, onde estão essas garantias e esses amplos espaços
de participação prometidos por Marrocos para pressagiar uma futura autonomia credível?
En
estos años transcurridos, Marruecos ha perdido la oportunidad de abrir su
sistema político a través de un proceso de regionalización que fuera dando
oportunidades de expresión a su pluralidad. El proyecto que se elaboró en 2010,
corto de miras, se encuentra atascado, como tantas otras leyes orgánicas, en un
Parlamento que ni siquiera es constitucional, pues su segunda cámara aún no ha
sido renovada en espera de unas elecciones comunales y regionales que asustan a
más de uno de los actores políticos que cuentan en el país. Una ley que
consagrara una autonomía para las regiones y que empezara a aplicarse en el
Sáhara hubiera sido un signo de avance para hacer creíble el plan marroquí de
2007.
Marruecos
perdió también la oportunidad que le ofrecía la redacción de una nueva
constitución. La que se aprobó en julio de 2011, al calor de las presiones de
la calle, animada por los ideales de la primavera árabe, consagró la
continuidad del sistema de monarquía ejecutiva. Permitió, eso sí, un juego
estéril de cohabitación entre un poder omnímodo real y ciertas parcelas
atribuidas al jefe de Gobierno. Pero no acabó con los ministerios de soberanía,
entre ellos el de Exteriores, central en la cuestión del Sáhara. Aunque la
constitución hizo guiños como el reconocimiento verbal del patrimonio
sáharo-hassaní y la preservación de la lengua hassanía como parte integrante de
la identidad cultural marroquí, diseñó un modelo de región bajo control de los
walis del rey (sigue siendo él quien los nombra) y cerró el paso a toda
expresión política de la diversidad, con la prohibición expresa de partidos
regionales.
Y,
sobre todo, origen de la crisis de estas últimas semanas, ha persistido en una
política de represión en la región del Sáhara a toda disidencia. Así lo han
constatado organizaciones de derechos humanos que han visitado la zona y que
han motivado las recomendaciones del secretario General de la ONU en su último
informe, así como la propuesta, fracasada, de Estados Unidos, de solicitar al
Consejo de Seguridad la extensión de las competencias de la Minurso a la
cuestión de la vigilancia de los derechos humanos.
Nadie
niega que ha habido pequeños avances, como no tomar represalias hacia los
saharauis que asistieron al congreso del Polisario, pero la libertad de
expresión y de manifestación sigue aherrojada en los territorios saharianos y
se ha tenido la perfidia de condenar a duras penas de prisión, sin pruebas, por
un tribunal militar, a los 24 militantes saharauis acusados por los acontecimientos
de Gdym Izik. Que el Consejo Nacional de Derechos Humanos eleve al rey la
propuesta de suprimir en el futuro la jurisdicción militar para civiles se
queda, una vez más, en las buenas intenciones, cuando se ve, con esta
sentencia, la fuerza con que cuenta el envejecido sector castrense en la vida
política y en la cuestión del Sáhara en particular.
Desde
2005 el Frente Polisario ha basado su estrategia contra Marruecos en denunciar
en los foros internacionales la violación continuada de los derechos humanos en
la zona. Pero las autoridades marroquíes no han respondido con una política de
distensión, de creación de confianza entre los diferentes grupos humanos que
conviven en el Sáhara, de extensión de derechos y libertades de expresión a
todos los habitantes de la zona, incluidos los que piensan diferente, de
reconocimiento de las asociaciones que esperan el permiso del Ministerio del
Interior, de hacer corresponsables en la gestión del territorio a los saharauis
oriundos, lo que hubiera permitido, como dicen las resoluciones de la ONU, que
las riquezas naturales reviertan y beneficien a sus habitantes. Al contrario.
No se ha avanzado un solo milímetro en las que parecían promesas interesantes
en el proyecto de autonomía de 2007, hasta el punto de convertirlo hoy en papel
mojado.
Marruecos,
autocomplacido con las alabanzas a su plan de autonomía, calificado
machaconamente de “serio y creíble” por las cancillerías occidentales, incluida
la Unión Europea que le concedió en 2010 un estatuto avanzado, ha terminado por
darle la razón a sus detractores con su inacción absoluta en estos seis años
para hacer avanzar una solución al problema del Sáhara, la hipoteca mayor del
reino, su dolencia crónica. Con razón Abdellatif Laâbi escribió en estas
páginas que Marruecos está enfermo del Sáhara.
Marruecos
ha creído que, para lograr el reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara
Occidental, bastan los lobbies y el marketing, sin darse cuenta de que lo
esencial es una política coherente y transparente, a fin de ganarse a la
población saharaui que hoy por hoy está mayoritariamente en contra de la mala
gestión de Marruecos. Recientemente en las páginas de la revista marroquí
Zamane dos buenos conocedores del tema, el saharaui Bachir Edkhil y el miembro
del CORCAS Abdelmajil Belghazal, constataban el fracaso en la gestión del
problema durante todos estos años y la necesidad de una verdadera democracia
que llegue de verdad a la región. En un largo periplo por El Aaiún, Smara y
Dajla en 2011 escuché insistentemente: “Quieren un Sáhara sin saharauis”, y no
precisamente de boca de elementos independentistas. “¿Por qué no aplicar el
proyecto de autonomía desde ya?”, reclamaban una cuarentena de personalidades
saharauis con las que me reuní hace dos años. Hoy, algunos sectores de dentro
del sistema parecen darse cuenta de la torpeza de haber perdido demasiado
tiempo. Hasta el presidente del Instituto Amadeus, cercano al núcleo del poder,
en su artículo Sáhara: ¿de la crisis a la oportunidad?, reclamaba con urgencia
hace unos días poner en práctica el proyecto de autonomía.
El
proyecto de la resolución americana ante el Consejo de Seguridad ha sido una
llamada de atención a Marruecos por su inacción y autocomplacencia, convencido
de que bastaban sus promesas de 2007. Negándose a reconocer que en el Sáhara
bajo su control hay un verdadero problema de derechos humanos, un clima de
tensión e insatisfacción permanente entre los diferentes grupos étnicos que se
ha obligado a convivir, Marruecos no se da cuenta del deterioro de su imagen
exterior, pese a que acabe recibiendo el vergonzoso aval de dos naciones,
Francia y España, que no quieren romper el idilio de sus buenas relaciones
económicas con su vieja colonia. Con toda su inacción en estos seis años,
Marruecos ha perdido toda credibilidad para su plan de autonomía. Lejos de constituir
este un punto final en las negociaciones, hoy apenas vale ya como punto de
partida, si es que se es capaz de hacerlo realidad. Es probable que en el
futuro, para encontrar una solución a este eterno problema, Marruecos tenga que
pensar en ir algo más allá, quizás hacia una confederación o un Estado libre
asociado bajo la soberanía de Marruecos. Pero, una vez más, para hacerlo “serio
y creíble”, tendrá que dar los pasos que no ha sido capaz de dar en estos años.
Fonte:
ianasagasti.blogs.com / Por Bernabé
López García *
*Catedrático honorário de História do Islão Contemporâneo na
Uversidade Autónoma de Madrid.
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